La ballena de la UdeC, el último cetáceo cazado en las costas de Chile

El esqueleto de ballena que se encuentra en las afueras del Edificio de la Facultad de Cs. Naturales y Oceanográficas de la Universidad de Concepción es mucho más una atracción turística, un punto de referencia o una extensión del Museo de Zoología (a cuya colección pertenece) hacia el campus. Es un símbolo de otras épocas, de otras mentalidades y de una de las facetas más brutales del ser humano: la caza de cetáceos, en la cual Talcahuano era el epicentro en Chile.

Como señala el profesor Armando Cartes en el prefacio del libro “Mocha Dick”, impreso el 2009 por Pehuén Editores (una excelente reimpresión bilingüe de la historia escrita en 1839 por Jeremiah Reynolds, en la cual se basó Herman Melville para escribir Moby Dick, entre otras fuentes) por esas épocas, “aunque hoy parezca olvidado, Talcahuano era considerado la principal estación ballenera norteamericana del Pacífico Sur”. De acuerdo a los datos investigados por el académico, la caza de ballenas en las costas chilenas se inició en el norte, en 1789, ciclo que concluyó el 21 de mayo de 1983, con la captura de la ballena que actualmente se encuentra en el campus UdeC.

La historia

En 1981, el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) emitió un decreto que prácticamente lanzó una lápida contra la empresa Macaya Hermanos, que se dedicaba a la caza de ballenas en Talcahuano desde hacía varias décadas. En efecto, y luego de sucesivas restricciones a la caza de ballenas en todo el mundo, ese año el SAG determinó que la única posibilidad a que apelaban los Macaya, la captura de la ballena de Bryde, ya no le era permitida. Sucede que hasta ese año la Comisión Ballenera Internacional autorizó la captura de 188 ejemplares de ese cetáceo, pero el SAG determinó que dicha especie no existía en la zona de operaciones de los Macaya.

Sin embargo, la compañía, cuyas oficinas estaban en San Vicente y que mantenía su centro de operaciones en la caleta de Chome (llamada así por el antiguo propietario de los terrenos, el norteamericano Charles Home, o “C.Home”) decidió seguir cazando, para lo cual se amparaba en que -según ellos- sí existían ballenas de Bryde en Chile.

Por esas mismas fechas, un científico que vivía en el extranjero y que estaba vinculado a una ONG ecologista contactó al Dr. Víctor Ariel Gallardo, de la Facultad de Cs. Naturales y Oceanográficas de la UdeC, y le indicó que en nuestro país se estaba llevando a cabo una caza ilegal de cetáceos, por parte de la ballenera chorera.

Gallardo, que en su época de estudiante había estado una vez en Chome, partió indignado a pesquisar la denuncia. En San Vicente, cerca de la oficina de los Macaya, vio dos naves con aspecto de buques balleneros. Tras observar los movimientos por un rato, decidió ir a confrontar a los dueños de la compañía. Estos, luego de quejarse del acoso que sufrían por parte de Greenpeace y otras ONG, le dijeron que sí, seguían cazando, pero –según ellos- sólo se dedicaban a las ballenas de Bryde.

En otras palabras, de acuerdo a ellos, atrapaban una especie permitida por la Comisión Ballenera Internacional (pese al dictamen del SAG). Sin embargo, admitían que se producía también caza ilegal, debido a la confusión que –apelaban- ocurría en el mar entre la ballena de Bryde (conocida por los japoneses como Nitari) y la ballena Boba (las cuales efectivamente poseen un morfología muy semejante), por lo que finalmente terminaban cazando de modo involuntario ballenas que no correspondían, de acuerdo a la versión de los Macaya.

Luego de ello, estos llevaron al Dr. Gallardo a Chome para se convenciera de que lo que decían era cierto, y lo que el profesor vio allí lo dejó impactado, pues “no se trataba ya de una mega factoría como las japonesas, sino que era prácticamente una economía de subsistencia, muy semejante a lo que ocurre en el ártico con las tribus esquimales de los Inuit, a quienes se les autoriza la caza de una determinada cantidad de ballenas por un tema cultural. En Chome era muy poco lo que estaban cazando y de ello dependían las 50 familias que vivían allí. Cuando regresaban los barcos, después de viajes en que recorrían 2 o 3 mil millas, despostaban las ballenas y aprovechaban todo, excepto los huesos. La mayoría de la carne se vendía a Japón y el aceite lo usaban para alumbrar las casas, así como para fabricar lubricantes”, recuerda el científico.

Aún escéptico, los Macaya le dijeron a Gallardo que prontamente harían un viaje de reconocimiento (para el cual habían contratado a dos expertos japoneses) hacia el norte, con el fin de determinar si había o no ballenas de Bryde en las costas chilenas, y lo invitaron a unirse, como una suerte de observador.

Tras pensarlo, el académico decidió unirse a la travesía, y gracias a ese viaje aún recuerda emocionado una de las escenas más sobrecogedoras que ha visto en sus muchos años en el mar, la de una manada de al menos 30 cachalotes bufando en medio de las olas en las cercanías de la Isla Mocha (precisamente donde se originó el mito de “Mocha Dick”, escrito por Reynolds) en un día de mar tranquilo y de mucho sol. Y no fue lo único. Más al norte, vieron ballenas azules, orcas y varios cetáceos más, incluyendo la ballena de Bryde, lo que confirmó la tesis de los Macaya en orden a que estas existían en Chile y lo que también originó un paper por parte de Gallardo y otros científicos.

La última caza

De regreso en el continente, los pesqueros de Chome salieron a una última excursión de caza tras conseguir un permiso especial, y a su regreso llegaron con tres ballenas. Una de ellas era, en efecto, una ballena de Bryde. Otra (presuntamente de la misma especie) había sido faenada a bordo, mientras que en el barco Gallardo -que fue a ver lo ocurrido- se encontró con el cuerpo sin vida de una hembra de ballena de aleta o rorcual común, un ejemplar bastante diferente de la Bryde o la Boba, lo que causó la molestia del académico, quien pidió explicaciones al capitán del buque por haberla capturado, en circunstancias que no había posibilidades de confusión y en atención a que se trataba de una especie cuya captura estaba estrictamente prohibida.

El marino alegó que se parecía mucho a la Bryde, que estaba oscureciendo, que eran de tamaños similares, etc., pero tras ello Gallardo decidió cortar cualquier vínculo con los balleneros, aunque antes de irse de allí les pidió que le regalaran el esqueleto.

Seguramente debido a que los huesos eran la única parte del animal que no aprovechaban (el Dr. Gallardo recuerda que al lado de la planta faenadora había un gran vertedero de osamentas) accedieron sin problemas a ello y así fue como él entonces cedió el inmenso esqueleto a la UdeC, recayendo en el entonces curador del Museo de Zoología, Tomás Cekalovic, la misión de trasladar los restos hasta la Facultad de Cs. Naturales y Oceanográficas, donde estuvieron a buen resguardo varios años, hasta que en 1994, para el aniversario 75 de la Universidad, se montó el esqueleto completo en las afueras de la Facultad.

Cabe mencionar que, efectivamente, la rorcual del campus es la última ballena cazada en Chile y por chilenos. Actualmente sólo persisten actividades de este tipo en la zona de la Antártica, donde buques japoneses, bajo la fachada de “pesca de investigación” siguen matando ballenas minke, algo que a juicio del Dr. Gallardo “no tiene ninguna justificación”, aseverando además que debería prohibirse todo tipo de caza de mamíferos marinos.

 

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