Historia penquista: el secuestro de Hernán Osses

Era el 6 de junio de 1969, época crispada, polarizada y llena de suspicacias. Hernán Osses Santa María, por aquel entonces 39 años y director del Diario Noticias de la tarde, de Concepción, llegaba apurado a eso de las 21 horas al Bacarat, un bar situado en los bajos del Teatro de la Universidad de Concepción, que quedaba a poca distancia de los cuatro diarios que había en la pencópolis a fines de los años ’60: El Sur, Crónica, La Patria y Noticias de La Tarde.

A diferencia de las jornadas nocturnas en que los periodistas de todos esos medios se reunían allí, Osses iba esa jornada a conversar con una “fuente”, una agraciada joven que se había presentado esa mañana en las instalaciones del diario, aseverando ser una estudiante universitaria de Santiago que había militado en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y que ahora estaba desencantada del grupo, por lo cual quería dar a conocer algunos de sus más desconocidos secretos.

Por supuesto, desconocía que ella era solo un señuelo, una carnada destinada a secuestrarlo.

Una atracción fatal

Aunque el MIR solo había nacido formalmente cuatro años antes, había captado rápidamente el interés del público y de la prensa, entre otras cosas porque era movimiento encabezado por líderes carismáticos, de familias pudientes y discursos inflamados.

Osses me diría muchos años más tarde que “en mi concepción primaba la idea de que por sobre todo estaban las informaciones y el interés de los lectores. En ese contexto, el MIR era un eje noticioso y ellos mismos jugaban con la sensación de que eran un movimiento glamoroso. Tenían mucho sentido noticioso: distribuían El Rebelde, llamaban por teléfono, avisaban de manifestaciones, contramanifestaciones, etc. y mi idea era que todos los días el diario llevara “un golpe noticioso”… y las historias del MIR eran historias reales, con suspenso”.

En todo caso, no fueron solo los periodistas de Noticias de la Tarde quienes se percataron de ello. En su autobiografía, otro periodista de antaño, Luis García Díaz, El Maestro, relataba que a mediados de los ’60, él dirigía el diario La Patria. Pese a que el suyo era un diario conservador, como el MIR no tenía ningún apoyo publicitario, “nosotros se lo dimos”.

Allí mismo aseveraba que “para facilitar la labor periodística, a uno de nuestros reporteros gráficos, Pancho Sepúlveda, se le entregó una faja credencial que, colocada disimuladamente en su brazo izquierdo, le permitía captar sin ningún riesgo en su máquina todos los incidentes callejeros, en oportunidades matizados con múltiples balazos”.

Del mismo modo, rememoraba que “no había noche en que no llegaban a visitarnos a la redacción Miguel y Edgardo Enríquez, Luciano Cruz (presidente de la FEC en 1967), Bautista Van Schouwen, Nelson Gutiérrez y otros jefes del MIR”.

Osses afirmaba lo mismo: que en los inicios del MIR “me los encontraba en los trasnoches, en El centro Español, donde íbamos mucho los periodistas, por ejemplo. Allá también llegaban los miristas. Luciano Cruz me saludaba de mano, nos daban datos. Era una relación parasitaria, yo me daba cuenta de ello y el MIR estaba consciente de lo que les servía la relación con la prensa”.

De hecho, los miristas lo comprendían muy bien, incluso cuando eran “atacados” por la prensa, como lo sostuvo Nelson Gutiérrez en 1993 en Informe Especial, cuando aseveró que “de alguna manera, El Mercurio fue el mejor propagandista que el MIR tuvo en sus primeros años”.

En el caso de La Patria, cada noticia del MIR implicaba un tremendo éxito de tiraje, pero García no se atrevía a imprimir más diarios, dado que La Patria era propiedad de la cadena de derecha Sopesur, con asiento en Valdivia, y temía pedir más papel, dado que aunque a los dueños de la empresa les interesaba bien poco su diario en Concepción, estaban algo extrañados de que agotaran sus ediciones. Por lo mismo, si solicitaba aumentar los tirajes, “bien podía ser que hasta se interesaran por averiguar la verdadera razón de él”.

El secuestro

Noticias de la tarde publicó dos reportajes que terminaron por poner en veredas opuestas a los miristas y a los redactores del Noticias de la Tarde. Uno de ellas era respecto de “los amores” de los cabecillas del grupo y el otro hablaba de los sueldos que percibían en la Universidad de Concepción algunos miristas destacados, muy superiores a lo que ganaban los demás profesores y administrativos.

—En un diario se vive el día a día, lo que importa es solo lo que sale al día siguiente, cómo “golpeamos” a los demás y qué reacciones generamos. La reflexión era bastante primaria— me comentaría Osses en 2011, cuando lo entrevisté al respecto.

Pese a los años, tenía muy clara la secuencia de los acontecimientos, que se habían iniciado cuando una joven que le dijo llamarse “Ximena Orrego” (en realidad, se trataba de Ingrid Sucarrat) se presentó en el diario y le indicó que se reunieran más tarde, en el Bacarat.

Pasados unos 20 minutos de conversación le invadió la sensación de que allí estaba pasando algo fuera de lo común, por lo cual apuró el pisco sour que tomaba, pagó la cuenta y le dijo a la joven que debía irse.

En su declaración judicial explicaría más tarde que  “cuando íbamos saliendo del local, me llamó la atención la actitud de una persona, al parecer estudiante, que entró con la cabeza gacha y que me pasó a llevar violentamente. Ya fuera del local, en el hall del Teatro Concepción, cuando salía abrochándome el impermeable, surgió rápidamente y se me vino encima el estudiante Luciano Cruz, a quien conozco mucho, pues como ya he dicho, hasta entrevistas le he hecho. Yo, al verlo en actitud agresiva, le grité ‘¡No, Luciano!’ y él me dio una bofetada en el rostro, al lado izquierdo de la boca, y me botó al suelo, cayendo en el hall. Con el mismo impulso él cayó encima de mí y comenzó a golpearme con las manos y las rodillas e inmediatamente se tiraron dos sujetos encima de mí y yo alcancé a gritar tres veces ‘socorro’. Nadie acudió a mis gritos”.

Los asaltantes lo metieron rápidamente a un automóvil Studebacker, Modelo Lark vl, que los esperaba afuera, en O’Higgins.

Esa noche lloviznaba levemente, lo que contribuyó a diseminar por todo su rostro la sangre que le caía desde nariz y, aunque le pusieron una capucha sobre el rostro, alcanzó a percatarse de que al principio el auto se dirigía hacia el poniente, por lo cual le comenzó a rondar una idea obsesiva: que lo lanzarían al río Bío Bío.

Pronto, sin embargo, lo hicieron entrar a una casa. Mucho más tarde, durante la investigación, sabría que en definitiva había estado en una casa del sector de La Virgen, muy cerca de la Universidad de Concepción, facilitada por Marcia Merino, “La Flaca Alejandra”, militante del MIR que posteriormente se convertiría en agente de la DINA y que muchos años después, presa del arrepentimiento, cooperaría con los jueces que investigaban violaciones a los DDHH.

Con una pistola en la cabeza

—Fascista conchatumadre— fue el insulto más suave que Osses recibió durante su cautiverio en dicha casa. Como me admitiría cuando lo entrevisté algunos años antes de su fallecimiento, sintió miedo, mucho miedo, pues lo hicieron subir por una escalera a punta de golpes. Luego, en una habitación pequeña, lo golpearon de nuevo, varias veces, y luego de ello lo desnudaron por completo.

Nunca se pudo explicar lo que hicieron a continuación: con una amenazante tijera, cuyos cortes escuchaba como estiletes que se cernían sobre su cuerpo cabelludo y orejas, le seccionaron partes importantes del pelo. A continuación, amarrado de pies y manos, sintió los inconfundibles fogonazos y sonidos del flash de una cámara fotográfica. Lo estaban fotografiando desnudo, vulnerable y humillado, con algún fin que solo los secuestradores sabían. Luego vino lo más aterrador:

—Me pusieron una pistola en la cabeza. Pensé que me iban a matar— recordaba, señalando que luego de ello sintió el filo de un cuchillo contra sus genitales, al tiempo que le exigían la entrega de sus fuentes. Finalmente lo abandonaron desnudo a eso de las 2 AM en las afueras de la Casa del Deporte de la Universidad de Concepción, en momentos en que cientos de estudiantes y profesores salían desde el interior del recinto, donde se estaban celebrando los Juegos Florales de aquel año.

Ante ello, Nelson Gutiérrez, por aquel entonces presidente de la Federación de Estudiantes, dijo “creo solamente que fue una broma universitaria surgida a raíz de los Juegos Florales que estamos celebrando”, agregando que dicha “broma” afectaba a alguien que “ha mentido cínicamente en su diario”.

Sin embargo, la justicia no lo consideró algo tan inofensivo. Se nombró un ministro en visita que ordenó (entre otras cosas) el allanamiento del campus y se despacharon órdenes de detención contra Cruz y los demás líderes del MIR, entre ellos los hermanos Enríquez, hijos del entonces Rector de la UdeC, Edgardo Enríquez, quien había sido electo como tal a fines de 1968.

Ello tuvo una serie de consecuencias. Una de ellas fue que muchos militantes del grupo lo abandonaron, en desacuerdo con el uso de la violencia, pero además la persecución judicial obligó a los cabecillas del MIR a sumergirse en la clandestinidad.

No obstante, todo quedó olvidado a fines de 1970, cuando el recién asumido presidente Salvador Allende, cuya hija Tati (Beatriz) había estudiado en la Universidad de Concepción y era cercana a los líderes del mirismo, indultó a los inculpados del secuestro de Osses y otros delitos, tras lo cual el presidente señaló que se trataba de “unos jóvenes idealistas”.  

Osses, por su parte, aseveró posteriormente que fue torturado, que quien dirigía todo era inequívocamente Cruz y que, políticamente, «yo sigo manteniendo mi pensamiento de izquierda. Lo que condeno y denuncio es la actitud y la conducta de los dirigentes de la izquierda extrema».

Publicado en Historia