Cuando Darwin vio al Gran Concepción destruido

En 1835 el entonces joven Charles Darwin viajaba alrededor del mundo en el buque Beagle, cuando llegó al Gran Concepción después del violento terremoto y tsunami que afectó la zona dos semanas antes. Este es parte de su testimonio.

“No queda en pie ni una sola casa en Concepción, ni en Talcahuano. Setenta pueblos han sido destruidos y una ola inmensa ha casi barrido las ruinas de Talcahuano”. Esta dantesca descripción de un terremoto y tsunami acontecido en un día de febrero no es, por cierto, relativa al sismo del 27 de febrero de 2010. Por el contrario: se trata del relato más fiel que existe del penúltimo megaterremoto que azotó la misma zona, 175 años y 7 días antes del 27/F; es decir, el 20 de febrero de 1835.

El autor de este testimonio fue nada menos que el creador de la teoría de la evolución, Charles Darwin, quien navegaba por las costas de Chile a bordo del famoso buque Beagle cuando se produjo el sismo.

Llegó 14 días después de este a la zona (venía desde el sur) y sus observaciones acerca de lo que vio, contenidas en el capítulo 14 de su afamado libro “Viaje de un naturalista alrededor del mundo”, no dejan de tener asombrosas coincidencias con el panorama que se vivió después del 27/F: “la costa está sembrada de vigas y muebles, en confuso montón, como si mil buques se hubieran estrellado allí al mismo tiempo. Además de las sillas, mesas, cajas, etc., se ven los techos de varios mercados que han sido transportados casi enteros”.

Según consignó Darwin, el terremoto (cuya Magnitud se calcula en 8.5) se produjo a las 11.30 de la mañana y la llegada del posterior tsunami fue clara y aterradora, y muy similar a varios de los relatos acerca del 27/F: “pocos instantes después de la sacudida se vio a una distancia de tres o cuatro millas, avanzar una ola inmensa hacia el centro de la bahía. No tenía la más leve burbuja de espuma y parecía enteramente inofensiva; pero a lo largo de la costa derribaba las casas y arrancaba de raíz los árboles con una fuerza irresistible. Al llegar al fondo de la bahía se rompió en olas espumosas que se elevaron a una altura de 23 pies (casi siete metros) por encima de las más altas mareas. Debía ser enorme la fuerza de estas olas, porque en la fortaleza transportaron a 15 pies (cinco metros) de distancia un cañón con su cureña, que pesaba cuatro toneladas. Una goleta fue transportada a 200 metros de la costa y estrellada después contra las ruinas”.

El naturalista apreció también otros fenómenos que se registrarían 175 años más tarde: que en la Isla Juan Fernández se produjo una gran destrucción; que, curiosamente, en Valparaíso no hubo tsunami, y que las islas cercanas a Concepción (como la Santa María) se levantaron hasta en 10 pies (tres metros).

Los relatos de Darwin son gráficos y extensos, y en muchas partes evocan la miseria y catástrofe registrada casi 200 años después. De hecho, la precisión de su crónica es justamente una de las bases por las cuales muchos, en la comunidad científica, sabían a la perfección que sólo era cosa de tiempo para que un nuevo megasismo azotara el centro sur de Chile.

Las primeras advertencias

Darwin relata que poco más de un mes antes, el 19 de enero, el barco británico viajaba cerca de Chiloé cuando, en la noche, se produjo una explosión del Volcán Osorno, pero no fue lo único. Sorprendido, consignó que más tarde supo que esa misma noche habían entrado en erupción el Aconcagua (ubicado en lo que hoy es la Región de Valparaíso) y el “Coseguina” (se refiere al Consigüina, en Nicaragua), lo que lo llevó a entender que era probable que hubiera “una comunicación subterránea” entre ellos.

El 20 de febrero, Darwin se encontraba en Valdivia, donde señaló que “se ha sentido el más violento terremoto de que hay memoria aquí. Hallábame yo en la costa y me había echado a la sombra en el monte para descansar un rato. El terremoto comenzó de repente y duró dos minutos pero a mi compañero y a mí nos pareció mucho más largo”.

El barco que capitaneaba el capitán Robert Fitz Roy llegó a la Isla Quiriquina el 04 de marzo, dos semanas después del terremoto. Darwin bajó en dicho lugar y se enteró allí de lo ocurrido con  más detalle, no solo porque le contaron que la destrucción era total, sino porque él mismo la vio: “la costa está sembrada de vigas y muebles, en confuso montón, como si mil buques se hubieran estrellado allí al mismo tiempo. Además de las sillas, mesas, cajas, etc., se ven los techos de varios mercados que han sido transportados casi enteros. Los almacenes de Talcahuano han corrido la suerte general y también se ven junto a inmensas balas de algodón, hierba y varias mercancías. Durante mi paseo alrededor de la isla observo grandes fragmentos de rocas, que llevan adheridas producciones marinas, que prueban que deberían hallarse a grandes profundidades y han sido lanzadas a lo alto de la costa; mido uno de esos bloques, y tiene seis pies de longitud, tres de anchura y dos de grueso”.

Al día siguiente, según su relato, desembarcó en Talcahuano y desde allí fue a Concepción: “estos dos pueblos presentan el más horroroso aspecto, pero también el más interesante que he podido contemplar en mi vida”, detalló, explicando que en ambos lugares las ondas sísmicas habían causado distintos tipos de estragos: “en Concepción, cada hilera de casas y cada casa aislada formaba una masa de ruinas independiente; por el contrario, en Talcahuano, la ola que había seguido al temblor de tierra e inundado la villa había dejado al retirarse una masa confusa de ladrillos, tejas, vigas y muebles, y algún que otro muro suelto todavía de pie. Por esta circunstancia, aunque enteramente destruida, ofrecía Concepción espectáculo más terrible y más pintoresco, si puede decirse así”.

Uno de los testigos a quien entrevistó fue el cónsul británico en la zona, a quien solo identificaba como “Mr. Ronse”, el cual le contó que “era tan violento el retemblar del suelo que no podía sostenerse de pie; echóse, pues, a gatas y llegó a lo alto de los escombros en el instante mismo en que se desplomaba el resto de la casa. Cegado y asfixiado por el polvo que oscurecía el aire, pudo, sin embargo, llegar a la calle”.

Otro efecto que Darwin notó fue algo que nunca ha cambiado ni parece que vaya a cambiar: que la ciudad fue inmediatamente infestada por ladrones (saqueadores, como les decimos ahora) , a tal punto que “los que habían podido salvar algo tenían que vigilarlo sin cesar, porque los ladrones se golpeaban el pecho con una mano y gritando ¡misericordia! ante cada nuevo sacudimiento, y apoderándose con la otra de todo lo que veía”.

El supuesto origen

Otra observación sociológica (por llamarla de algún modo) que efectuó el naturalista fue respecto del supuesto origen de los hechos:  “las clases inferiores de Talcahuano estaban persuadidas de que el terremoto provenía de las indias viejas que habían sido ultrajadas dos años antes, habían cerrado el volcán de Antuco. Por ridícula que sea esta explicación es muy curiosa y prueba además que la experiencia ha enseñado a estos ignorantes que hay alguna relación entre la cesación de los fenómenos volcánicos y los estremecimientos del suelo”.

 

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